Nunca os metáis en obras

El domingo día 16 de noviembre abandonamos nuestro hogar para cedérselo a Las Obras. Cambiar el baño entero y poner ventanas por las que no entrase el frío era la consigna. Precio: alto. Duración: 10 días.

Hoy, día 9 de diciembre estoy en mi casa, pero Las Obras no se han acabado. Hubo de todo: "nos trajeron las ventanas sin cristales", "la gente es que no es nada formal", "el viernes por la tarde estamos fuera", "el sábado a las dos estamos fuera", "en cuanto me llames hacemos los remates"... Y aquí seguimos, en fase de Los Remates, esperando a que seque el yeso de las ventanas y que al señor de Las Obras le salga de la punta venir a hacer Los Remates, que, paradojas de la vida, implican a un albañil, un cristalero, un fontanero y un electricista. La Santísima Trinidad.

Cuando por fin se fueron (tres semanas después de entrar), dejaron tanta mierda que era imposible vivir. Gracias a Elena, la asistenta, no nos morimos del asco. Habían apartado los plásticos con los que amorosamente habíamos cubierto nuestros muebles para cosas tan vitales como poner SU radio o proteger SU ropa de la mierda. Y sí, habían apagado colillas en el suelo.

Entre tanto, no tenemos puerta, radiador, toalleros ni espejo en el baño, las paredes donde se han puesto ventanas no están pintadas, no tenemos salida de humos en la caldera por lo que cada vez que ponemos la calefacción hay que abrir una ventana de la cocina... Y así todo.

Por primera vez en mi vida reconoceré que si tengo delante al jefe de la obra cuando volvimos a casa el sábado (a las tres, nos dijeron que se iban a las dos) y la vimos llena de obreros y mierda, lo mato. De hecho, le grité tanto por teléfono que llegué a afirmar: "Estoy hasta la polla". Qué falta de glamour, santo cielo.

Un consejo, amiguitos: nunca os metáis en obras. Nunca.

El Mundo de Quic, el Mundo de Quic. Marcha marcha, es genial.