"Las hilarantes aventuras de Fúbol Esasí" (2)
El nacimiento de Fúbol llegó en el descuento. Paradinha había agotado el tiempo reglamentario y los médicos se asustaron al ver sacar el cartel electrónico con un sonoro 2. El niño nacería, claro, oncemesino. La mamá lo tomaba con resignación: "Por más ocasiones que creo, hay días en los que no quiere entrar y no quiere entrar. Sólo me queda seguir trabajando", le decía al futuro papá. Él, que sabía que las goleadoras tienen rachas, respondía confiado: "Sigue creando ocasiones, que el gol ya llegará".
Y a los once meses nació Fúbol en la Clínica Maracaná. "Tres kilos más lo que añada el árbitro", rezaba el informe del doctor. Era un niño de perfil enjuto (gonzález) y alto como un pino (zamorano) que de pequeño siempre hacía caso a su mamá. "Haz lo que ordene el míster, acata las decisiones del colegiado y sal al campo a darlo todo", le decía Paradinha cada mañana antes de llevarlo al colegio.
Crecía Fúbol y, con él, su atracción por las mujeres. El amor se encarnó en Djalminha, una chica imaginativa y partidaria del fútbol libre que ya tenía un currículum sentimental considerable: estuvo con Líbero, el tío que, decían, mejor la sacaba jugada desde atrás, y ahora tonteaba con Benyiprais. Fúbol, que sabía que con paciencia y sin jugar al patadón llegaban los goles, se autoconvencía de sus posibilidades de victoria. "La temporada es muy larga y habrá minutos para todos. Además, yo creo que esta chica es de las que juega todas las competiciones", pensaba, haciendo caso de los rumores que hablaban de que era de esas a las que les gusta puntuar en todos los campos.
Cuando se enteró de que Benyiprais había pagado la cláusula de rescisión y había decidido buscar equipo en el mercado de invierno, Fúbol decidió ser vertical y dejarse de pases perpendiculares. Llamó a Djalminha con la clara idea de conseguir una rabona y, con suerte, una folha seca. Pero cometió el error de pensar que ganaría sin bajarse del autobús y de todos es sabido que no hay enemigo pequeño: ella salió a jugar muy atrás, echó el cerrojo y le dijo que había quedado. "El partido dura 90 minutos", se autoconvencía Fúbol.
Sorprendentemente, el amor que él sentía, que aspiraba a ser un bolo veraniego, se convirtió en deseo de firmar un contrato multianual. Sus ansias por Djalminha crecían y vio que o le declaraba su amor o no habría partido de vuelta. Quedaron en el bar del padre de ella, el Championslig, porque Fúbol era consciente de que los goles en campo contrario valen doble. "Djalma, desde que vi tus primeros escarceos por la banda deseo ficharte. Creo que encajas en mi esquema y que serías feliz jugando en mi club", le dijo lacónicamente. Ella, para sorpresa del respetable, rompió a llorar: "Creo que he nacido para jugar en tu club".
Enseguida se desató la pasión. Al primer intento no pudo ser porque ella estaba en época de tarjeta roja, pero sabía que una segunda acarrearía suspensión, así que cuando terminaron sus partidos de sanción se fue a por Fúbol, que esperaba impaciente el día del debut. Él empezó tocando atrás, despacio, pero ella era un huracán: apenas él había besado sus mallas cuando Djalma lamió la cepa de su poste. El juego de Djalminha era un vendaval imparable. Fúbol se dejó ganar. Sabía que en el amor como en el fútbol hay que aprovechar las oportunidades de cara a puerta porque al final acabas echándolas de menos. No tardaron mucho en formalizar el contrato.
La próxima semana, una nueva entrega de "Las hilarantes aventuras de Fúbol Esasí", un galáctico de la vida, un crack del amor.
El Mundo de Quic, el Mundo de Quic. Marcha marcha, es genial.
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