Quic's World

Todo es marcha, amigos.

Tuesday, October 18, 2005

La madre de todas las batallas

Una vez más, el combate de lucha extrema, a vida o muerte, que mantendría con mi más odiado rival empezaría con rabia. Las anteriores batallas que habíamos disputado me habían predispuesto en contra de él, al que, dicho mal y pronto, ya le tenía tantas ganas que apretaba los dientes nada más verlo. Porque cuando nunca vences a alguien al que te enfrentas tan a menudo la frustración que te genera se torna ira. Y eso es lo que yo sentía cada vez que me lo cruzaba por casa: ira.

Le agarré por su teórico punto débil, el que otras veces no había sido mi pasaporte a la victoria pero por el que sabía que llegaría el triunfo que mi orgullo necesitaba. Había visto a otros vencerlo con total facilidad, pero a mí su tozuda resistencia me había superado siempre. Me ponía demasiado furioso, dejaba la senda de la estrategia y acababa derrotado en medio de un derroche innecesario de fuerza bruta. Sabía, porque lo sabía, que mi victoria llegaría desde la habilidad.

La rutina era siempre la misma: lo atacaba por ese punto débil, apretaba donde sabía que lo debilitaría y hacía un brusco movimiento en el sentido de la luxación. Una vez más, la cosa estaba jodida: él se resistía, aparentemente sin esfuerzo, y las gotas de sudor resbalaban por mi frente cegando mis ojos. De nuevo, el combate estaba en su terreno. Mi paciencia se agotaba: ¿cómo era posible que me estuviera pasando a mí otra vez? Cambié mi posición inicial, pero él no se plegaba a mis deseos. Seguía ahí, con su insultante indiferencia, resistiendo mis voraces ataques sin mover siquiera mínimamente su estructura.

De repente, sentí que un rayo iluminaba mi cerebro y mis músculos. Todavía no alcanzo a explicar cómo mis brazos se colocaron en aquella posición y cómo mis muñecas hicieron ese giro. Nada más hacerlo, sentí cómo él crujía y se lamentaba. Sin llegar a creérmelo, me inundó el poder de quien domina a su enemigo e impone su fuerza y su raciocinio. Él se dobló, herido por el dolor físico que le producía mi fuerza y, seguro, sintiendo una herida en su enorme orgullo que sabía que no iba a poder cerrar nunca. Se dobló sin oponer mayor resistencia, y sentí que al margen de su tozudez inicial, tras el primer crujido él estaba muerto en mis manos, inerte y sin fuerza. Había vencido.

Lloré de emoción. Reviví en mi mente todas las derrotas, todas las frustraciones, y el peso que me oprimía, el que me producía mi imposibilidad para vencerlo, salió de mí para siempre. Desde ayer soy un hombre nuevo.

Porque ayer, por primera vez en meses, te conseguí plegar, hijo de puta, maldito carro plegable de la compra.

El Mundo de Quic, el Mundo de Quic. Marcha marcha, es genial.

2 Comments:

Blogger Sylvia said...

No es por comentar, pero las carcajadas se han oído hasta en Lima y considerando el grosor de las paredes de mi zulo/excámara acorazada, eso es llegar bastante lejos.
Hará unas semanas, tu señora me contó la anécdota como si tal cosa, en plan "fíjate que llegué a casa el otro día, y me encontré a Quic luchando con el pobre carro de la compra para poder plegarlo, y en plan condescendiente, se lo quité de las manos, plis, plas y lo plegué". La cosa es que tu señora se veía feliz con tal hazaña, así que ahora que has conseguido vencer la resistencia del carro, se va a poner realmente triste...

4:23 AM  
Anonymous Anonymous said...

¡Enhorabuena! El otro día, mi contrario y yo logramos vencer a nuestro particular enemigo: el palo extensible de la escoba. Ahora sabemos que no era para pigmeos, como él sugería.

4:42 AM  

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