La mujer albóndiga

Esta historieta de hoy puede herir sensibilidades y puede hacer que pienses que soy un psicópata hijodeputa. Es posible que tengas razón.

El otro día iba a entrar al metro y había una mujer apoyada en la barandilla hablando por el móvil. Era una mujer extraordinariamente gorda, de las que llaman la atención. La tía, con el calor y tal, se había tenido que apoyar para hablar. Yo pasaba por el lado contrario al de la mano que sujetaba el teléfono, que no es una cuestión baladí.

El caso es que a la mujer, gorda como ella sola, le faltaba el otro brazo, el del lado por el que yo pasaba. La imagen se plasmó en unas décimas en mi memoria visual: era toda una redondez de carne, una gran albóndiga perfectamente redonda (llevaba un vestido que acentuaba su redondez, su ausencia de formas humanas) con apenas unos ojillos dándole un aspecto humano. Era la albóndiga humana.

Si ya de por sí identificar a uno de tus congéneres como una albóndiga humana no tuviera delito, tenía tanta hambre que empecé a imaginar cómo sería una albóndiga del tamaño de aquella señora. Me imaginaba a mí mismo y a mi apetito ante ella. ¿Cómo me la comería? ¿Mordería directamente o metería mis manos para coger cachos de carne picada y llevármelos a la boca como el personaje ese gordo de "El Sentido de la Vida"? La imagen, y todavía hoy me espanta lo que voy a decir, me satisfacía. Me encantaba la idea de una albóndiga del tamaño de un ser humano, me complacía la imagen de morderla, de meter mis manos en ella y arrancar cachos gigantes de grasienta carne picada.

¿Qué clase de ser viviente soy? Tendré que convivir con la imagen de la albóndiga humana toda mi vida. Pero mejor es esto que ser una albóndiga humana en mí mismo. O sea que peor lo tiene esa señora. Quien no se consuela...

El Mundo de Quic, el Mundo de Quic. Marcha marcha, es genial.