Podría ponerme en plan hater, pero paso. Bueno, no.
Loquillo es uno de los seres humanos que odio con más vehemencia. Es un ser deplorable por su actitud, su estética y su discurso. A mi entender, no hay nada bueno en lo que haya dicho o hecho en toda su puta vida. Básicamente, encarna el mal, a mi entender.
Esta gente hiperdogmática y "megacoherente" con sus ideas caiga quien caiga y cueste lo que cueste -lo que es una gran mentira- me da asco. El que se crea un personaje para ser alguien y quien se toma tan en serio me repugna. Odio a Loquillo, a Pérez Reverte, a Ramoncín, y a un largo etcétera que podríamos añadir. En general, esa gente según se va haciendo vieja se enroca más en su mediocridad, con lo que se hacen cada vez más patéticos. Siguen creyéndose distintos cuando no son más que una copia barata de su propia (y patética) personalidad de veinteañero, en la que, por cierto, tampoco eran distintos. Solos contra el mundo. Unos putos salvapatrias.
¿A qué viene todo esto? A que he leído esta entrevista a Loquillo en La Vanguardia. El periodista, que debe ser de la cuerda, es casi tan patético como él. ¿Cuál es la frase más imbécil que dice el tonto este en la entrevista? Juzguen ustedes, que diría el que narraba los partidos del Logroñés en Estudio Estadio. Os la pego porque hay que registrarse y es un coñazo.
El Mundo de Quic, el Mundo de Quic. Marcha marcha, es genial.
JOSÉ MARÍA SANZ, 'LOQUILLO', CANTANTE
"Yo soy un chico 'vintage'"
Tengo 45 años. Nací en el barrio del Clot, vivo en Barcelona. ¿Profesión? ¡Vivir! Soy un profesional de la vida y de subir a un escenario. Llevo 22 años con la misma mujer, Susana, y tenemos un hijo, Cayo Bruno (7). ¿Política? ¡Insumiso! ¿Dios? Una fuerza personal, interior. El rock ha sido mi escuela, y hoy sigo con las mismas ganas de aprender que hace 30 años, cuando debuté
VÍCTOR-M. AMELA - 23/04/2006
–"Yo no me bajo los pantalones”, me decía hace siete años. ¿Siguen subidos?
–Cada día me presionan más para que me los baje, pero yo no cedo.
–¿Ni afloja un poquito la hebilla?
–No. Pero he aprendido a no meterme en fuego cruzado. Ahora lo hay. Ahora toca seguir la omertá.
–¿Sí? ¿Y qué pasaría si habla?
–A la cola del paro. He estado temporadas sin poder tocar por cosas que he dicho. La libertad de expresión está en precario. La vida cultural aquí no es independiente.
–Y en política, ¿qué elige?
–El perfil es muy bajo. Mira aquí, tío: si estás en Catalunya... ¡omertá, colega! A mí me gustan los outsiders, los que se mojan, y no la ortodoxia. Por eso soy amigo de gente como Mendiluce y Luis Alberto de Cuenca: personas independientes.
–¿Se siente un ‘outsider’ musical?
–Yo soy un chico vintage: conservo mis thunderbirds, mis vinilos, mi yuti boti, mi juke box de los 70...
–¿Un poco pasado de moda, no?
–Soy como un Jaguar: ¡un valor clásico! Y hay un público que lo aprecia. Con mi banda, sacamos unas unidades: las vendemos. Ofrecemos unos conciertos: los llenamos. ¡Pero si yo quisiera ser un mass media, sí que estaría en crisis!
–¿Cómo es su público?
–Leal, exigente, con nivel musical. Se le debe lo mejor. Un público cojonudo, le gusta lo que a mí: me he criado mirando al norte, no al sur.
–¿Qué quiere decir con lo del sur? –Que respeto mucho a los gitanos y su arte, tío, pero... ¿por qué tengo yo que dar palmas? Ahora parece que todos tengamos que dar palmas, vivir en jaimas y fumar marihuana. ¡Pues no! ¡Estoy harto!
–Habla del rollo flamenquito.
–No es mi cultura pasar el día dando palmas. Yo miro al norte: me gusta el norte de España, ¿pasa algo?
–No.
–Y me gusta la cultura irlandesa, el folk, el country, el pop británico, The Who, la cultura francesa: Brassens, y también Johnny Hallyday y Eddie Mitchell, ¡que por sus versiones me llegó a mí el rock! ¡Ésa es mi cultura!
–Veo que se arranca a hablar.
–Soy prooccidental. Tenemos mala prensa, ¡pero no somos nosotros los que nos carguemos el mundo! Ya le decía que lo que ahora corre mayor peligro es la libertad de expresión.
–¿Cuál es su patria?
–Yo conservo mi osito de peluche de cuando tenía tres años. Esa es mi patria real: mi infancia.
–¿Cómo se llama ese osito?
–Nunca ha tenido nombre. Lo encontré en un cubo de basura. Siempre hay belleza entre la mierda, si sabes buscar.
–¿Encuentra algo en la tele?
–No. Sólo miro a Gabilondo y a Pedro J.: te pueden gustar o no, pero son dos tíos con discurso, con criterio propio. Es lo que yo respeto.
–¿Qué tiene usted?
–Convicción. Yo, hace 30 años, sabía que hoy iba estar donde estoy.
–¿Por qué?
–Yo bajaba por la Rambla y todos me miraban. “¡Todo el mundo te mira, chaval, tú tienes algo, tienes que hacer algo!”, pensaba. Y un día, el Segis, de la sala Tabú, en 1978, me dice: “Oye, Loquillo, ¿por qué no nos cantas unas canciones de rock and roll clásico?”. Y canté.
–Con todo el morro.
–Yo no era cantante. ¡Lo que cuenta es la persona! Sí, es eso, es ser distinto, ¡aunque aquí te llaman pretencioso y chulo si lo eres! Mucha gente aún paga por ver lo mismo.
–¿De dónde nace su convicción?
–Mi padre no sabía leer y aprendió en el campo de concentración de Argelès: hay mucho de orgullo de no quedarse en la cuneta. Yo tengo ganas de aprender, y mi escuela de vida ha sido el rock. ¡Sin eso yo sería hoy un ignorante! Y sigo con ganas.
–¿Ha conseguido lo que quería?
–Sí: me alegro de no ser un millonario que se ha aislado en su casa en el Empordà: ¡qué aburrimiento! Vivo en el filo, sin subvenciones, hipotecando mi casa para pagar proyectos nuevos.
–¿Se queja? –No; soy feliz. Las instituciones me dan de lado. Pero ahí quedarán mis discos, mis documentales, mi obra. ¡No soporto a tantos artistas de pacotilla que se quejan de las giras y de que su vida es muy dura, siendo unos privilegiados: se mean en todos los que madrugan y trabajan.
–Le veo a usted muy serio y formal.
–Tiré una vez una tele desde el piso 25 de un hotel a la piscina. ¡Bah, qué tontería! El caos está hoy en la calle.
–Hoy es usted padre de familia.
–Yo soy hijo de un matrimonio que se quería: ¿raro, eh? Y me gustan los niños: ¡uno hace lo que ha visto! Ya le decía que soy un chico vintage.
–Y cuando su nene se largue al botellón... ¿qué, papá?
–Espero que primero sepa luchar por sus derechos, por mejorar algo. Y, después, si quiere... botellón.
–¿Y cómo se ve usted a sí mismo con 65 añitos?
–Como el gran Johnny Hallyday.