Quic's World

Todo es marcha, amigos.

Friday, October 28, 2005

Canciones de anuncio

Tengo una especie de obsesión con las músicas de anuncios de la tele. Hace tiempo os lo hice ver y Nanyu me llevó por el mal camino: no era un Hyundai no sé qué sino un Honda no sé cuántos el coche que buscábamos, y por lo tanto la canción no era de Carlos Jean sino, atención, un remix del clásico "Rappers Delight" de Sugarhill Gang (gracias, Deabru). Se trata de la versión "Old School Mix" y, revisando el anuncio, es cierto que después del empiece medio música latina se escucha un poco de los acordes de la canción (en hispahis, aserejé ja dejé y lo que sigue). Me quedé con la puta eterna duda de la canción del anuncio de H&M e incluso recibí un e-mail de alguien a quien no conozco que me invitaba a no desfallecer y encontrarla, pero para entonces yo ya había desfallecido. Mala suerte, my friend, seas quien seas.

Ahora me gusta una de un anuncio muy pijo de una colonia muy pija de un cocodrilo muy pijo en el que un chico muy pijo que se parece a un ex-tenista (Carlos Costa) hace pijerías así en general. Así dicho no suena muy bien, pero la canción me gusta y la tipa que la canta ha resultado ser muy interesante, al menos por un par de canciones que he escuchado. La cantante se llama Leslie Feist, es canadiense como Arbusto El Guerrero y está bien, aunque miro en su web y la gente con la que se "junta" me hace pensar que me equivoco, además de mostrarme que no me entero de nada, porque sale en el programa de mi amigo Conan O'Brian (algún día os contaré mi relación con Mr. O'Brian). Medio jazz, medio pop, medio experimental sin estridencias, me gusta la Feist esta. "Mushaboom" se llama la canción del anuncio. Os la bajáis, que Teddy Bautista aquí no mira. Y ya de paso me decís si os mola. A mí y a los millones de lectores de este blog.

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Thursday, October 27, 2005

Humour is everywhere

Hace un tiempo estaba yo viendo la tele, fíjate tú qué cosas tan novedosas en mi vida, cuando encontré quién sabe por qué un debate de estos del Piqueras de La 2. Iba, saliéndose de la rueda Estatut-matrimoniosgays-vallamelillense-latinkings, de las drogas.

Este tipo de debate, ya lo sabréis vosotros sin que yo os lo diga, suelen ir de gente que no sabe de lo que habla y que saca muchas estadísticas con las que rellena un discurso vacío tan carente de razón como de utilidad. Como es algo habitual opinar de lo que uno no sabe, esta mutación de contertulios ha llevado este arte al extremo ¡cobrando por ello! Así, en tertulias Curry Valenzuela (que yo por más que miro Los Fraguel no la veo) habla de fútbol, la Rata de Antequera de política y Manolo el del Bombo del embarazo de Letizia (aunque, bien leído, algo de relación hay), que ya os digo que es una niña, que lo sé de buena tinta y os vais a quedar flipados cuando nazca.

El caso es que en esta tertulia del Piqueras les dio por el humor. Resulta que entrevistaron a un tipo que decía haber sido adicto al cannabis y describía el infieron en el que se había convertido su vida por su afán de huir de la realidad gracias a, fíjate tú, los porros. Afirmó que llegó a darse cuenta de su adicción cuando fue a acompañar a un amigo suyo adicto a la farlopa (lo mejor de cada casa la pandilla de éste) a Proyecto Hombre y que allí le dijeron que él también era drogata. Dos por uno, muy Carrefour todo, a rehabilitar. Yuju.

Yo creo que me dejó marcado este tío porque el Piqueras empezó la entrevista preguntándole cuándo se había fumado su primer porro. "La verdad es que no me acuerdo", respondió. "He ahí los efectos", pensé. Y seguí atendiéndole con atención.

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Wednesday, October 26, 2005

El Cónsul Honorario en Cancún

Consulado Honorario en Cancún (Quintana Roo)
Boulevard Kukulkan esquina Cenzontle edificio Oasis
77500 Cancún, Quintana Roo
Teléfonos: (998) 8489918 / 8489900 Fax: (998) 8489944
Correo electronico: consules@oasishotel.com.mx

Este sitio existe. Y hay un señor, que se llama Javier Marañón, que es el Cónsul Honorario de España en Cancún. Es lo único positivo que he sacado del huracán Wilma: saber que hay gente que tiene este tipo de trabajos. Que este tipo de trabajos, amigos, existe.

Que el e-mail oficial del Consulado en Cancún sea un oasishoteles.com.mx ya habla tan por sí solo que estoy por acabar aquí este texto. Pero no me resisto a teorizar: ¿cómo será el trabajo de este señor? ¿Y su oficina? Teoricemos.

Suite ostentación del Hotel Oasis de la Hostia, Cancún. Interior, día. 11:30 de la mañana, el cónsul entra a "trabajar". En la escena, habla con Yulema, su secretaria.

Cónsul (C): Hola, Yulema. Bonitos cocos a modo de sujetador. ¿De qué color lleva el tanga hoy?
Yulema (Y): Hoy no llevo nada. Recuerde que es viernes y podemos venir de sport al trabajo.
C: ¿Venimos? Adoro su plural mayestático. ¿Qué trabajo tengo hoy?
Y: Ha quedado con el vicecónsul de Italia a tomar la caipirinha de las 12:30. Luego recuerde que tiene a las 13 la reunión en la playa con el hotelero noruego. No olvide los bermudas negros, que ese hombre es muy suyo con el tema de la etiqueta.
C: Mira que me jode lo del puto noruego. Me dijeron que se molestó con el cónsul coreano porque llevó chancla de rayas azules y blancas en vez de la de meter el dedo. Odio a los esnobs.

Chiringuito playero en Playa Rehostia. Casi interior, sol que te torras. 12:30.

C: Estoy estresado. ¿Tú qué tal?
Italiano (I): Pues aquini (Nota del autor: recordemos que es italiano).
C: Ya te digo.

Playa Quetecagas. Exterior, temperatura ideal, brisilla marina de la que te pone negra, cabrona. 13 horas.

Noruego (N): Echo de menos el salmón.
C: Venga, coño.
N: A mí lo del sol, chico, me gusta. Lo de la playa también. Joder, qué tía la del tanga azul... A lo que iba, que el sol bien, pero un poquito de salmón no me vendría mal.
C: Venga, coño.
N: Vale. Era por tener algo de qué hablar. A ver si hacemos otro hueco en la agenda y nos llamamos.
C: Nos vemos.

Suite ostentación del Hotel Oasis de la Hostia, Cancún. Interior, día. 13:30 del mediodía. Yulema, dale que te dale al curro.

C: ¿Pero todavía aquí a estas horas? Váyase a casa, Yulema, que me tiene muy descuidadas esas uñas.
Y: Sí, creo que va siendo hora.
C: Hasta el lunes. Bueno, hasta el martes, porque yo me cojo el fin de semana libre y claro, no quiero regresar con prisa. El estrés postvacacional, ya sabe.
Y: Maldito estrés. No sé dónde vamos a llegar.

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Tuesday, October 25, 2005

Mi entrada 100, para las Tutku

En estos últimos tiempos desde que tengo este blog han pasado muchas cosas especiales en mi vida. Pero como este no es un blog de contar mi intimidad, que vale más pasta dee la que tenéis la mayoría de vosotros, os voy a narrar un hecho importantísimo en mi vida freak, la pública: la aparición de las galletas Tutku.

Turquía seguro que ha aportado grandes cosas a la humanidad. Mi admiración por la figura de Ataturk es grande, pero no hay nada en esta vida turca mejor que las Tutku, una delicia culinaria sin paragón.

Recuerdo con nitidez la primera vez que las comí. Era en un vuelo interno entre Esmirna y Ankara en una compañía local. Nos sirvieron una caja con varias viandas soft (en plan bocata pequeño, agua en una tarrina con, glups, tapa de plástico en plan yogur, y tal) y de postre un misterioso sobre de galletitas. Era rojo y no mostraba mayores señales de genialidad. Sin embargo, al abrirlo aparecieron esas galletas pequeñas and rechonchas, de alegre "diseño" bianconero, cuya elegante apariencia cromática no hace justicia a lo que luego ocurrió.

¿Por qué ha tenido que ser a un puto turco al que se le ocurran unas galletas rellenas de Nocilla? ¿En qué coño piensa el resto del mundo? Mil, que me acompañaba en ese viaje de trabajo, me miró; lo miré; nos miramos; y lo dijimos: "Estas son las mejores galletas de este puto mundo". Miramos más: las fabrica Eti, una empresa alimenticia de primer orden en el potente mercado otomano. Hay que pillar.

Llegamos a nuestro hotel en Ankara y salimos como locos a buscar un badulaque donde comprar más. Ir pidiendo "Tutku cookies" en una nación que conoce del inglés lo mismo que de la depilación de las ingles (por hacer la gracia) es complicado, pero las encontramos. La alegría fue importante, nada comparado con lo que sentimos al comérnoslas.

El día antes de regresar a Madrid fuimos a un supermercado y cogimos todas las que había en la estantería. TODAS. El tío nos miró raro y nuestro tercer acompañante hizo fotos de la escena. ¿Qué pensaría aquel cajero turco con aires de bakala-tunero? Ni lo sé, ni me turba. Teníamos una bolsa llena de Tutku.

Hace unas seis semanas de aquello y me quedaba medio paquete de doce. Un compañero de curro se fue a Estambul y le dimos cinco euros cada uno, Mil y Quic respectivamente, para que nos comprase Tutku. El domingo llegaron mis ocho paquetes (cuestan, depende del sitio, un euro dos paquetes de doce; mi compi nos ha timado, pero nos da igual...) y la felicidad ha regresado a mi casa. Todos los que las han probado (algunos lectores de este blog, a los que pido que se manifiesten al respecto, pueden corroborarlo) enloquecen. ¿Por qué algo tan grande está enclaustrado en Turquía?

Si podéis, probadlas. Lo dice Quic, que sabéis que nunca miente.

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Tuesday, October 18, 2005

La madre de todas las batallas

Una vez más, el combate de lucha extrema, a vida o muerte, que mantendría con mi más odiado rival empezaría con rabia. Las anteriores batallas que habíamos disputado me habían predispuesto en contra de él, al que, dicho mal y pronto, ya le tenía tantas ganas que apretaba los dientes nada más verlo. Porque cuando nunca vences a alguien al que te enfrentas tan a menudo la frustración que te genera se torna ira. Y eso es lo que yo sentía cada vez que me lo cruzaba por casa: ira.

Le agarré por su teórico punto débil, el que otras veces no había sido mi pasaporte a la victoria pero por el que sabía que llegaría el triunfo que mi orgullo necesitaba. Había visto a otros vencerlo con total facilidad, pero a mí su tozuda resistencia me había superado siempre. Me ponía demasiado furioso, dejaba la senda de la estrategia y acababa derrotado en medio de un derroche innecesario de fuerza bruta. Sabía, porque lo sabía, que mi victoria llegaría desde la habilidad.

La rutina era siempre la misma: lo atacaba por ese punto débil, apretaba donde sabía que lo debilitaría y hacía un brusco movimiento en el sentido de la luxación. Una vez más, la cosa estaba jodida: él se resistía, aparentemente sin esfuerzo, y las gotas de sudor resbalaban por mi frente cegando mis ojos. De nuevo, el combate estaba en su terreno. Mi paciencia se agotaba: ¿cómo era posible que me estuviera pasando a mí otra vez? Cambié mi posición inicial, pero él no se plegaba a mis deseos. Seguía ahí, con su insultante indiferencia, resistiendo mis voraces ataques sin mover siquiera mínimamente su estructura.

De repente, sentí que un rayo iluminaba mi cerebro y mis músculos. Todavía no alcanzo a explicar cómo mis brazos se colocaron en aquella posición y cómo mis muñecas hicieron ese giro. Nada más hacerlo, sentí cómo él crujía y se lamentaba. Sin llegar a creérmelo, me inundó el poder de quien domina a su enemigo e impone su fuerza y su raciocinio. Él se dobló, herido por el dolor físico que le producía mi fuerza y, seguro, sintiendo una herida en su enorme orgullo que sabía que no iba a poder cerrar nunca. Se dobló sin oponer mayor resistencia, y sentí que al margen de su tozudez inicial, tras el primer crujido él estaba muerto en mis manos, inerte y sin fuerza. Había vencido.

Lloré de emoción. Reviví en mi mente todas las derrotas, todas las frustraciones, y el peso que me oprimía, el que me producía mi imposibilidad para vencerlo, salió de mí para siempre. Desde ayer soy un hombre nuevo.

Porque ayer, por primera vez en meses, te conseguí plegar, hijo de puta, maldito carro plegable de la compra.

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Thursday, October 13, 2005

Soy Quic y a mí me engañó un puto australiano

Martes noche, fiesta en piso de amigo de amigo. Ascensor, interior, noche.

Friki australiano, rubio, cara de empanado máximo. Entra en el ascensor. El amigo que es el amigo del de la fiesta hace de cicerone para que el chaval se integre. Subimos al piso. El australiano ríe con cara de bobo, a mayor abundancia la suya. Entramos en el fiestódromo.

Martes noche, fiesta y tal y tal. Piso, interior, noche.

No se sabe cómo estamos en una terraza bebiendo rebujito (desconocido por mí hasta ahora) y sangría. Todo con mucho glamour, como podéis comprobar. Suenan los Sexy Sadie para añadirle glamour al asunto (luego llegaría Melendi, pero eso es otra historia). Conversación a-ver-si-el-guiri-atontao-éste-se-integra. Le vacilo un poco, pero lo justo para que se dé cuenta. "Los españoles odiamos a los koalas porque se comen los eucaliptos, y éste es un país que ama los eucaliptos". Le abro mi paquete de kleenex con olor a menta para reforzar mi tesis. Risas entre dientes.
Él contraataca: "El problema en Australia son los dropbears. Son como koalas, pero más grandes, y se lanzan desde [lugar impreciso que no llego a entender por mi inglés palentino] y atacan a la gente. Cuatro veces al año hay que pagar a gente para exterminarlos". Simple y llanamente, me lo creo. No llego al grado de alguna mongui que le pregunta por qué ella, que lee el National Geographic, no los conoce, pero ahí ando.

Martes noche, ya sabéis donde. Cocina, interior, luces de fluorescente

Mi amigo le cuenta a sus amigos cómo va lo de los dropbears. Empiezo a ver cómo crecen las anécdotas sin control, porque utiliza el verbo "planear" para definir la caída de los dropbears desde "los tejados de los edificios". Ellos comienzan a hacernos ver que nos han estado vacilando, y tomo conciencia de que un puto australiano me ha timado. No era tanto la historia que contase, sino que era imposible que ese tío nos vacilase. Por Dios, era un puto friki llegado desde las Antípodas (Anti-podas; Locon-trario) al que habíamos integrado a marchas forzadas en el lugar.
El australiano aparece por la cocina. Le pregunto. Dice que sí, que es una broma típica australiana, "la versión australiana de los gamusinos", resalta mostrando una integración desconocida con esa cara. "Es que la gente se cree que yo iba al colegio montado en un canguro", se justifica. Y yo me río, pero me cago en la puta madre de la Commonwealth en pleno. Me ha timado un puto friki australiano.

Orgullo herido, pies arrastrados, bajón general. Me piro de la fiesta del amigo de mi amigo. Medito sobre si volveré a esa puta casa, igual que Clemente juró no volver a ese puto campo.

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Tuesday, October 11, 2005

Envejecer

No me da miedo envejecer. Quizá porque me queda lejos, quizá porque la gente de mi alrededor no lo ha llevado tan mal, quizá porque no soy consciente de lo que es. Lo que sí me da miedo es envejecer mal. No hay cosa más terrible que ser viejo y querer parecer / pasar por joven.

Una cosa es que a mí me haga gracia Sara Montiel y otra pensar que fuera mi madre. Mi señora madre, que es uno de los seres más sabios que conozco, siempre me pregunta cuando ve a algún viejo haciendo el ridículo por la tele: "Si yo hiciera eso, ¿qué pensarías?". Y me sonríe, porque sabe lo que le voy a decir y, quizá indirectamente, me muestra que el camino de su sobriedad, rasgo que yo no he heredado pero que espero que me florezca con los años, es la senda correcta a la vejez, con o sin viruelas.

Para mí hay dos ejemplos clarísimos de envejecer bien y mal: Robert Redford y Paul McCartney, respectivamente. Se ve en sus semblantes, en sus vidas y, sobre todo, en sus carreras. A saber:

- Redford: 68 años, en los últimos 20 ha participado en tan sólo 10 películas. Aunque no haya ninguna especialmente destacable, no suele ser un culo acomodado. Sin necesidad de ponerse el pelo azul, separarse de su mujer o hacerse un lifting, goza del respeto de todo Dios que sepa un poco de cine. Parece un viejo de 68 años, quede claro, pero le gusta a un montón de tías. Bien es cierto que los tíos con mayor éxito entre las mujeres no suelen ser los más interesantes (más bien al contrario), pero el Redford me gusta. Me encantaría envejecer como él. Y fundar el Festival de Sundance, no te jode.

- McCartney: Por más que lo niegues, Paul, te has estirado la piel, chico (léase con voz de DeNiro en "El Cabo del Miedo"), igual que Ramoncín se ha operado la napia. Y te tiñes el pelo, aunque pretendas echarle la culpa a tu mujer, la que te domina, como todos sabemos. Haces el ridículo en cada nuevo disco que sacas, siempre más comercial y baboso que el anterior, y vale que fueras amigo de Michael Jackson cuando era negro, pero ten cojones y defiende ahora al pobre engendro. Lo que más rabia me da es que siempre te he considerado el beatle con más talento y el más trash, pero lo que me parecía una virtud, la de no dar la nota al estilo hippie-performer del Lennon y "la chica china" (Cuando nades por tu espalda / junto al pez que cocinó la chica china / con manos de pez que cocinó la chica china / con manos de pez que cocinó la chica china / naraná, naraná), era una vil y rastrera capacidad de parecer el bueno de la peli-a-lo-Milikito. Y ya que estamos, escríbete un libro de cuentos infantiles...

Dicho lo cual, quiero ser el Redford de mayor. U otros que sí saben envejecer: Paco Clavel, Juan Luis Galiardo, McNamara o Manoel de Oliveira. Y huir de los que no saben hacerlo, como el McCartney y Fernando Romay, Patrick Swayze, Ana Obregón o Victoria Abril.

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Friday, October 07, 2005

¿A que tú no trabajas los viernes por la tarde?

Cada vez que me quedo a trabajar hasta estas horas un viernes (ahora mismo, ocho menos cuarto) me siento más gilipollas. Yo no soy de esos periodistas que trabajan sólo por la tarde –que entro a mis ‘tempranísimas’ 10, que para el gremio no está mal–, que simple y llanamente soy un pringado, majetes...

Va en nuestra cultura alargar las fiestas, ora en las bodas farruquíticas, de tres días trozo perdido y con la ropa hecha un cristo / jirones, ora en el ya legendario "Venga, la última y nos vamos". A mí me gusta, nos distingue como pueblo de este crisol de nacionalidades, pópulos y subrazas que es este Estado/Nación/País, y nos distancia de Europa, que realmente no es donde nos corresponde estar en el aspecto lúdico. Por eso, la gente no trabaja los viernes por la tarde. Ya por sistema, si llamas a cualquier oficina ya no hay nadie a estas horas. Hemos (¿plural? ¡Qué iluso!) ido conquistando el alargamiento de finde hasta hacerlo comenzar con el bocado de la opípara comida presiesta de los viernes.

No sé si es un recuerdo deformado de la infancia (como el que tengo sobre Ruth Gabriel, a la que saqué un lado oscuro infantil cuando vi "Días Contados". Y ya cuando le vi tumbarse al lado de Espinete ni os cuento...), pero cuando yo era pequeño la gente trabajaba la tarde de los viernes. Mi vida, que es un permanente regreso a la infancia (el otro día me dijo mi cuñada Lau: "¿Eres consciente de que algún día tendrás que olvidarte de todas esas cosas de la tele para dejar hueco a nuevos conocimientos?"), parece que no quiere salirse de ella los viernes por la tarde. Sigo currando como antaño hacían los mayores el último día de la semana, esperando, ya avanzada la tarde, a que el reloj indicase la hora de la salida. Pero no se iban a comer, no, ser iban a cenar. No habían conquistado la prolongación made in Spain del fin de semana.

Sé que tú, amigo lector, leerás esto el lunes. Y si lo haces antes, estarás en tu puta casa, mirando con una media sonrisa lo pringao que es Quic. Que te aproveche, so cabrón. Algún día me vengaré. Y lo leerás en este blog. Ya te digo.

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Tuesday, October 04, 2005

"Yo leo a Kierkegaard"

Faemino y Cansado hicieron popular esta frase que eximía al que la pronunciaba de cualquier marrón; normalmente, de ir al calabozo del lugar en el que se encontraba. Qué bonito sería tener una frase que al decirla te tragara la tierra, salieras de un apuro o se parara el tiempo, ¿no? Amigos, las hay. Más de las que os creéis.

- "Yo soy de letras": Si no sabes exprimir una naranja, di que eres de letras. Si no sabes sumar con decimales, di que eres de letras. Si no sabes enhebrar una aguja, di que eres de letras. Yo soy de letras, pero no hago lo que no hago porque soy un inútil, un analfabeto funcional de todo lo que tenga que ver con cables y esfuerzos mentales que incluyan más de dos cifras. Pero joder, reconócelo, no te escuden en lo de las letras. Si eres de ciencias, no te niegas a leer un prospecto y pones en el epitafio de tu tumba "Era alérgico a la penicilina, pero también era de ciencias. Ambos conceptos me llevaron aquí". Ellos no lo hacen. Nosotros no deberíamos.

- "Voy a ver si me la hago": Si hay una tía de por medio y tienes que centrar tus fuerzas en hacértela, se suspende la amistad y todo el background vital con tus colegas. Si hay una tía tienes permiso para dejar al otro tirado, pasar de él y hacer el ridículo si es menester. Es el código de los hombres heterosexuales (ignoro si de los gays también) y todos lo respetamos: nos volvemos a casa en taxi, dormimos fuera del piso o cualesquiera cubil que compartamos con el amigo... Tengo un conocido, Barry, que el otro día pasó de ver un espectáculo que viene más de cuando en cuando que un eclipse por una tía a la que ni siquiera le dio el teléfono. De lo que él hizo después para que ella tuviera su número no voy a hacer comentarios. De momento.

- "Mi padre está muerto": Lo digo por experiencia. Si surge una conversación sobre padres (extrapólese a madres, tíos, hermanos), te preguntan a ti y dices que tu padre se ha muerto, eres el rey de la conversación. El otro se pone lívido, te pide perdón (¡!) y te empieza a dar la razón en todo lo que dices. Pasas a ser mucho más respetado. Y todo porque tu padre palmó. Yuju.

- "Yo estuve allí": Si eres licenciado en filología árabe no tienes nada que hacer en una conversación sobre el conflicto israelo-palestino si discutes con uno que estuvo un fin de semana de trabajo en Tel Aviv. ¿Que se habla de Cuba? "¡No tienes ni idea, yo estuve una semana en Varadero y vi lo que hay en Cuba!". Y así, hasta el infinito. Y no me rechistes, coño.

- "Pero tengo derecho a dar mi opinión, ¿no?": No hay nada que hacer. Todo el mundo tiene derecho a opinar, porque si alguien no tiene ni puta idea de lo que habla (hay blogs de gente que habla sin saber nada de lo que dice, no os digo más) y se lo dices, la has cagado. Porque todo el mundo tiene derecho a opinar, y ante eso no hay nada que hacer. Y ya si hablamos de la Constitución, la repera.

El Mundo de Quic, el Mundo de Quic. Marcha marcha, es genial.